Mi perro tiene sus miedos, me apropio de su ser para hablar de estas cosas, ya lo sé, So. Es que a veces siento que nos conectamos más allá de lo cotidiano. Yo sé cuando tiene hambre, cuando tiene sueño, cuando está aburrido, esto es distinto, tiene miedo. Se queda paralizado sin motivo, de pronto se para y empieza a recorrer de punta a punta la habitación, siempre me dijeron que estas razas son cazadoras, evolucionaron para buscar, para encontrar; y precisamente está buscando algo por toda la casa. A veces creo que lo encuentra, o se confunde, por ejemplo cuando me baño y dejo la puerta abierta para que no se acumule tanto el vapor, se para bajo el marco y fija su vista que sueña penetrar el vidrio esmerilado, la siento tan penetrante, no me hace falta mirarlo para entender que está conmovido moviendo la cola. Hasta que termino el ritual, apago el agua y vuelvo a enfocarme apareciendo a un costado de aquel difuso pedazo de vidrio y noto la sorpresa, y probablemente desilusión. Al principio pensé que solo buscaba por el hecho de buscar, naturalmente tenemos unas ganas latentes de andar buscando y mientras nos miramos desayunando en la mesa entiendo que esa naturaleza no entiende de razas. Él está buscando, lo confirmo. El otro día en la madrugada me levanté sediento, abrí con cuidado la puerta ya que no había electricidad, completamente a oscuras empecé a caminar en puntas de pie, más allá de que es un perro muy grande podría estar durmiendo por cualquier parte. Caminé el pasillo, pasé por el baño, entré al living, a la cocina, al jardín de invierno, parecía no estar por ninguna parte. De pronto un escalofrío me hizo violentar, no quería ni siquiera imaginar una vida sin él, entre la desesperación y la penumbra empecé a gritar su nombre y si se enojase algún vecino pediría disculpas luego. Una pequeña abertura en la ventana del living que daba a la calle, ladera de la puerta principal, un fino hilo de luz que trazó su silueta volteando hasta mí. Siempre me estuvo observando, siempre supo que lo buscaba y mucho no le importó, volvió a reposar su vista en la calle, volvió a ignorarme, volví lentamente a mi cama y dormí.
Los meses siguientes repitió estas conductas, cada vez se fue alejando, apagando, durmiendo más profundo, y callando por las noches. Los comportamientos de los perros en los hogares a veces no distan demasiado de este, pero no era el comportamiento del mío, no era él. Es como si un niño pequeño de pronto deja de correr y gritar por toda la casa, y comienza a leer libros de Cortázar sentado en un sillón. Siento que esta agotando su energía en otra cosa, en otro plano, en otra calle desde otra ventana que yo no puedo comprender.
Efectivamente estaba muy bien de salud, lo llevé varias semanas seguidas desde que comenzó con este comportamiento raro, lo midieron, lo pesaron, lo bañaron, lo peinaron. Con medidas más precisas, con peso más exacto, estando más prolijo y presentable siguió pendiente de su ventana. Un día se me ocurrió filmarlo, empecé a creer que quizás toda esta historia recaía en lo paranormal. Coloqué entonces por la tarde una pequeña cámara reposando en la ventana, un poco más alto de donde estaría el. Me fui a mi cama, supuse que revelaría el misterio.
Toda una semana de miradas penetrantes a un cuadrante preciso, nunca un grado difería de su postura, siempre exhalaba en los mismos momentos, a veces caían flores del árbol que teníamos en la puerta, a veces pasaban autos o personas, siempre inmutable, siempre fijo trazando una línea que apuntaba a un auto abandonado, una calle cualquiera, unas rejas algo oxidadas. En la madrugada del viernes un gato saltó del techo, tampoco hubo respuesta. Si un gato no perturba a un perro algo muy grave está pasando.
Volvimos a ir al veterinario, volvimos a buscar la causa, volví a desesperarme, volví a pasar más tiempo. Decreté que de alguna manera te estabas despidiendo de mí, entendí que quizás tu corto tiempo se volvería más corto al fin, supuse que debía prepararme para lo venidero, para las mañanas tranquilas, para las comidas completamente solitarias y los gatos inundando mis patios, de pronto me ubiqué en medio de este pasar, si no estabas viniendo ya a mi mesa, no estabas ya gritando a los gatos del vecino ni estabas saludándome por las mañanas. Yo me abrumaba en el futuro, cuando debería asumir el presente.
Cuando uno asume una despedida, por lo menos como las trato yo, intenta evocar los encuentros precisos, los desea menos dolorosos, los imagina sutiles y no punzantes, no quiero evitar lo inevitable pero tampoco quiero salar más la herida, fui cediendo mis espacios a tu ventana, fui acariciándote menos y menos, paseándote más, suponiendo que aquello que buscases quizás estuviese algo más lejos y podría desdoblarte un poco las calles y veredas. Te amo con locura, te llevo y te miro contemplando a la vida dentro de la vida en sí, paseo a lo que trasciende el amor y pureza, entiendo si no estás en condiciones para demostrarlo, pero no lo dudo, cedo mi espacio y mi tiempo decididamente como siempre hubiese dado todo por vos. Quiero que tus últimas huellas siempre me tengan cerca, quiero que tu pelaje siga inundando mis ropas, mis muebles, mis pisos, leí hace poco un poema maravilloso, decía algo que cuando se fueron estos seres maravillosos de la vida de aquel poeta, empezó a juntar todo el pelaje que habían desperdigado por la casa, por el auto, por el trabajo, por las ropas, los empezó a juntar a todos y cada uno de ellos soñando encontrar las piezas de un rompe cabezas que tuviese la chance de armarse. Te miro y se me parte el alma, vos seguís caminando, me inunda la nostalgia y melancolía de cosas que aun no pasaron.
Fueron meses muy duros, entre mis fantasías y dolores seguí cuidando y cuidando de vos, de tu ventana de tu espacio.
Llegaba temprano del trabajo, bajé una parada antes de casa, doble por la esquina primera que da a la panadería, ya no bajo en la que era nuestra parada, hay dolores que no me sanan y busco nuevas metodologías, camino calles que nunca había caminado, ahora solo, ya no tengo tu mano que me agarra y me lleva procurando no desviarme, doblo en esquinas que probablemente crucé mil veces en mi auto, que me habrás marcado el color de alguna casa, alguna flor, algún detalle imperceptible de esos que te encantaba percibir, con tus sentidos absurdamente más desarrollados que el mío, que los del promedio. El cielo estaba despejado, las calles estaban mudas, no corría ni una brisa, ni un susurro. Doble por la última calle que me separaba de mi casa mirando mi teléfono, sé que ya no sonaba, sé que nadie quería hablarme, sé que no llegarían tus mensajes ni tampoco tenían que hacerlo. Me inundó el dolor profundo de la falta, de la incertidumbre de una vida que había doblado imprevistamente, que había evitado una parada en la que siempre te hubiese recogido. Mi psicóloga me dijo que cuando me inundase esta angustia, cierre un poco los ojos, mire un poco al cielo, intente percibir las brisas que hoy faltaban y suavice un poco el presente. Calmé un poco mi pulso, bajé la mirada a la vereda, abrí mis ojos de pronto.
Desde el cuadrante de la calle al que siempre miraba mi perro, desde el ángulo correcto, en un horario que yo nunca hubiese llegado, entraba tu mano tras las rejas a acariciarlo, imaginaba tu habla burlona, tus preguntas que no tendrían mucho tiempo para respuestas, tus promesas constantes de reencuentro, de no abandono.
Si yo fuese mi perro estaría pendiente siempre de la misma forma, en el mismo cuadrante, sin importarme ni en clima, ni el día, ni la hora. Sin importarme cuánto tiempo me quede, a veces el que nos quede, seguiría mirando hacia aquel indescifrable infinito que no se cansaría de amagarme con tu presencia, con tus caricias, con tu inevitable pero incierto regreso.