Capítulo errante.

Estoy ansioso por llegar,

me tomé el tren hace un rato y sé que me estás esperando, pero nunca llego a tiempo.

Perdón, es la primera vez que me pasa – digo bajito e imagino tu risa.

Pasan y pasan las estaciones, tengo miedo que te vayas, de que te aburras, de que te encuentres en lo correcto volviéndote a casa, si hace frío y es tarde.

Te juro no depende de mí, es algo ajeno que me lleva y me va acercando, sólo puedo mirar.

Tengo la poca cordura mientras me pierdo en la ventana, y me hierven las ganas de salir corriendo delirando con llegar más rápido por la avenida, pero mirá si no te avivás y yo llego a otra parada, o mira si intuís que yo bajé del tren para correr por la avenida y vas realmente a buscarme. Pero fui tan cagon, que me quede sentado en el tren, condenado a su tiempo.

Casualmente nunca tengo batería en el teléfono cuando pasan estas cosas, mi absurdo placer de incomunicarme.

Como Amantes de Cortázar y de las rayuelas nos vamos constantemente desencontrando. Y ya no hablo de ella, hablo de mí. De lo que aparece cuando no tengo nada que negar.

Imaginate si no te estuviesen juzgando, me levanto con esa un día.

No le importa a nadie juzgarte, me abraza esta otra por la tarde.

Como nos negamos el tiempo de unos mates de río, de unas deshoras despreocupadas en una buenos aires que nos agobia, siempre y cuando la recorramos solos.

Probablemente, por eso tambien sea tan lento hoy el tren.

Sobrelasestrellas;paraSofía.

Viste cómo brilla el cielo acá que no se ve nada.
Estoy un poco cansado, por eso es más evidente,
parece no existir el vacío enorme entre cada estrella,
de lejos brilla todo,
no te acerques mucho por favor.


Algunos sábados veo el colador de los fideos sucio tirado en la bacha, y me conmuevo tomando el tercer café del día, veo los mismos puntos, los mismos agujeros pero me pongo a pensar estas cosas.
Ya sé que es fácil levantarlo, lavarlo, secarlo y colgarlo, pero cómo se levanta, se lava, se seca todo lo que pienso/siento.


Quedan muy expuestos todos estos agujeros cuando me pega la tarde de domingo.
Siempre funciono al vómito, parece que no crezco más. No reviso ninguna de mis notas y las cuelgo por todas partes, no me fijo ni la forma, ni lo que dicen, ni quien las lee.


De la nada veo un agujero que se tapo con mugre completamente.


Quise tantas veces tapar los mios, intenté ser gente que no era, quise a quien no le interesaba, anduve ofreciendo costantemente tanto como si realmente tuviese por demás.


Eso explica el inmedible vacío;


A veces pienso que al cielo, quizás le pasó lo mismo

Sobre el alma XIV

Me imaginé citándote por un instante, en una cafetería precisa.

intercambiemos las cosas que nos quedamos, tomá, llevate tus camperas, tengo también esta remera y algunos anillos.

Me da miedo pedirte a cambio, todo lo que dejé de mí.

Mirá si me llegás a decir, que no sabés de qué estoy hablando, o que sinceramente ya no lo tenés, que no te acordás dónde lo pudiste haber dejado.

Adónde carajo lo puedo ir a buscar?

Dónde está el cajón,

de los objetos perdidos que no le importan a nadie?

Sobre las bestias desbocadas.

Se me hundía el barco; curiosamente era un rumbo inalterable. Se vio, me vi, en un navegar directo hacia los arrecifes. Nunca supe si el timón funcionaba, o simplemente, me resigné a modificar el curso, a veces pienso que me convenció el vino, y que sólo me senté en la cubierta, me perdí en la noche estrellada, un vino muy amargo en el fondo, con bastantes ansias de final.

Sobre los amuletos, Sofía:

No creo, ni creí en lo predestinado, solo siempre supe que iríamos a encontrarnos, nunca supe describir cómo es tu pelo, no sé cómo te comportás, no se ni siquiera a qué olés. Cada vez que volvés por casa traés un disfráz distinto, otras uñas, otro maquillaje. El problema no es ese, siempre te espero, el problema es cuando te vas, cuando me desespero y no sé a quién llamar, muchas veces molesté a deshoras al electricista, ese hombre es paciente, se cansó de explicarme que las lámparas y los artefactos no tienen nada que ver con lo oscura que siempre se siente esta casa, esta vida, a cada vez que vos te vas.

Surcar la tóxica relación del rendimiento y mi vida es un ir y volver entre alti bajos. Yo sé que yo no soy sin vos, pero vos, directamente no existís sin mi; y entro y recaigo en procesos sinuosos, disfruto enormemente la plenitud que vos me das, desgarro mi integridad para llamarte, luego como borracho me arrastro por los pisos. Cuando todo esto dejó de ser un juego, siempre coqueteó con la obsesión, no se lo deseo a nadie, quisiera que todos lo prueben en sus vidas. Testear descarada e inciertamente cuánto puede tolerar un cuerpo es alucinante y abusivo.

A partir de vos soy, si no estás sólo vivo; y no sabés cuán enamorado estoy de la identidad.

El camino siempre será solitario, absurdamente solitario, navegarlo recae incansablemente en amuletos, en mis faros, en la luna o tu presencia.

Sobre cuando se rompe un amuleto, para Sofía no numerada:

Te conté sin vueltas, sin palabrerío ni aquello que llaman poesía. Ya me soltaron la mano, todo lo que ves es producto de una provocación desubicada, todo nació cuando quien debía marcarme el camino me dijo sinceramente que yo no podría. Yo fui durante mucho tiempo solamente una respuesta violenta ante aquella falta, dediqué tanto de mí en responder. Nunca entendí sinceramente qué lo llevó a frenarme, ahora hablemos en serio. Es tan desolador el camino del deporte de resistencia, que cuando te fallan desde el centro, como un efecto dominó todo se desmorona.

Sobre el efecto mariposa, reinterpretando lo que ya te conté una vez.

Nos vimos y nos transformamos. Yo te crucé violento, rabioso, desbocado, te clavé los ojos de frente levantando un cerco alrededor, hoy no podrías escaparte. Hirvió este encuentro, sabés cuánto tiempo lo estuve esperando, creí por un momento que era una escena novelesca, que ahora se habían invertido los papeles y habías caído desde el pedestal que me formó, a aquel suelo al que pisan mis zapatos.

Te vi encerrado, inerte, despersonificado. Casi me gana la ira, la soberbia, casi todo trasciende de mi relamer, de mi voracidad, estabas acorralado, tenía para empezar a contarte todo lo que había conseguido, todo lo que había recorrido, todo sin escalas a lo bruto con plena necesidad de humillarte. Eras mi presa, ya no un maestro, estabas acorralado, y yo muy rencoroso. Ni una sola palabra, mucho menos una disculpa. De pronto me viste a los ojos, incinerados, y expulsaste las únicas palabras que cruzamos aquella noche.

– Voy a tener un hijo, no sé si sabés.

Me descoloqué por completo, aquella noche ya estaba muy grande, ya muy cansado. Quien me había fallado tan desde adentro y aquella bestia desbocada se habían transformado. Colisionamos muy fuerte, un choque colosal, galáctico, fue necesario que nos enfrentemos, sin golpes, de formas mucho más violentas, para modificarnos mutuamente el curso. Automáticamente fuimos otros, fuimos mejores.

Hoy estoy muy sereno, jamás te dedicaría mis logros, te agradezco enormemente la provocación. Sin vos yo no sabría quién soy. Sin mí, vos seguirías intentando domesticar animales salvajes claramente aptos para pelear contra cualquier cosa en el mundo.

No son muy precisos, nunca muy técnicos, son apasionados y desbocados, sé que hoy podés reconocerlos, tienen el mismo fuego en los ojos, les arden, queman por afuera, se ve desde lejos la llama y se entiende, que por más trabas que les pongas en el medio, que por más que no traccionen en el barro, que se queden patinando rabiosos, o que incluso se choquen contra las paredes, no hay ni habrá forma racional de pararlos. Siempre serán eternos desubicados para los ojos que no los comprenden

Aplicación color rosa, número 30.

Hoy hablé de vos en un nuevo género discursivo; no entiendo ni la forma, ni el lugar, también me fue ajena esa casa.

Toma una posición absurda, símil geocéntrica(así camuflo un poco mi real consideración sobre cómo y sobre qué giran las cosa). Te pido perdón por no serle fiel al suceso, encasillo tanto las cosas, me detuve pacientemente a escuchar mi propio relato:

En primer término, vos. En segundo, cómo todo tiende a orbitarte.

Y me irrumpieron, estoy haciendo mi mayo esfuerzo en el retrato, pero así como me cuesta utilizar pinceles, me cuesta expresarme de esta forma.

– ¿Por qué decís que todo se comporta de esta forma? O más bien, ¿por qué creés que te subís al carrusel pagando el precio y te regocijás queriendo siempre otra vuelta?

No contesto ciertas preguntas. Retomé mi lapicera, mi cuadernito viejo y cansado, me puse a escribir en voz baja para que no pudieses escuchar de mi hoja la respuesta.

Yo le preguntaría a todos los otros, ¿Cómo es que hacen para no estar pendientes de vos? ¿Cómo preferís bajarte de la calesita y prenderte un cigarro? Hay demasiado en lo que no nos parecemos.

  • Nota Magenta: Soy una nueva versión, me fascina sentir que manejo la calesita, prenderla, apagarla, acercarles la sortija a quienes la merezcan, darles el encendedor a los otros. Te veo en los espejos del centro, cada uno te cambia el reflejo, aunque en todos sos maravillosa. Debe ser que estoy envejeciendo rápido.

Amnesia del otoño número uno.

Hay algo en el cansancio, en el caer rendido, en el recostarse saturado por completo. Es innegable lo rápido que se oscurece el cuarto, tanto que no me da tiempo siquiera a temerle a los fantasmas.

  • Nota a la oscuridad: Transitar la penumbra, el dolor agudo, el convencimiento de que sólo así vacía será la eternidad. Sabés muy bien de las noches en las que duermo con una lámpara prendida.

Hay una similitud en el rendimiento, no es casualidad que voluntariamente expongamos así la vida. Creo que el trauma, el dolor, el temor al olvido abundan por todas partes.

Cuanto más adentro y arriba vayas en estas montañas, en estos filos, parece ser que más adentro llegás también.

Siempre me guiaba tu voz, y decidí callarla. Escuché una vez hace un tiempo, una hermosa explicación para muchas de estas cosas, no me preguntes ni de autores, ni de libros.

Lo malo de los muros; lo que te dan de fortaleza, te lo quitan de horizonte. – Algo así era la frase.

Hoy estoy algo cauteloso, voy pisando despacito, recorro con cariño el filo y procuro no caer. Siento algo esta sequía, estas palabras rasposas, poco fluídas, esta tierra y laja por donde camino, los vientos fríos, qué locura esta arena negra de dónde es que salió?

Alejarse de ciertas formas, suele ser terrible.

Para Sofía no numerada, sobre estar un tiempo fuera de casa:

Qué tiene la paz del hotel, de las cálidas bienvenidas, de los turistas bien predispuestos. Qué tienen estos pueblos inubicables en los mapas que subsisten de formas inexplicables, maravillosas. El servicio siempre tiene el color de una segunda casa, hasta la comida tiene olor a hogar. Qué tiene la hoguera de este gran living, por qué inexplicablemente toda esta armonía me repugna, me perturba, me empuja para afuera.

De pronto todo se calla, y en medio de las noches más crudas, siempre lejos de casa, nos sumergimos incalculablemente lejos, cuánto más frío, más abandono, más esfuerzo y dolor. Cuánto menos se parezca a la casa, mejor lo vivo.

Hay una voz en mi cabeza, no es estable ni conocida, varía constantemente, a veces canta, otras grita.

Hay doscientas voces en mi cabeza, todas tienen hambre, todas tienen frío, todas tienen sueño y vergüenza.

No se escucha nada más, tengo miedo, me quiero ir. A dónde uno corre cuando no hay nadie ni nada, cómo se pide ayuda cuando lo único que transita por acá es una vaca, no entiende, no me escucha, me siento lejos de casa.

Hoy recordé muchos pasajes de la montaña, hoy intenté mentalizar mi regreso. Hoy el aire no me llenó demasiado, me cayó mal la comida, hoy no supe creer en mí;

desde el momento en que recordé, que ya no lo hacés vos.

Por ahora solo/sólo me voy a sentar en este tronquito a disfrutar la lluvia.

Epígrafe color Rojo, So.

– Nunca le ponés el color.

– Siempre le aclaro el color, che.

– Nunca escribís el color como tal.

Epígrafe Rojo, Sofía.

No tengo como ocultar, que cometí el error más grande de mi vida. Segmentar el futuro. romperlo en mil partes donde ya no iremos a encontrarlo. No sabría cómo explicártelo, me da vergüenza.

Cuando nos desencontremos en algún divague por el centro, te voy a seguir invitando las meriendas. No te preocupes, ya no se me enfrían los cafés, ahora se me enfría el alma. Y te pregunto cómo estás, qué es lo que estás haciendo, sólo quiero escuchar que estás bien pero me aterra preguntarte. Me duele imaginar la respuesta.

En síntesis, creo que ya no tenía nada más para contarte, me quedé sin tinta, me sentí vacío. No supe qué más compartir de mí. Y aunque sé que no precisabas enseñanza alguna, me abrumó el sentimiento de injusticia. Me fue muy difícil irrumpir entre lo eterno.

Por eso decidí romper todo de mí, en miles de historias para contarte. No supe mentir, siempre te fui muy sincero incluso cuando te juré, mientras comprabas los girasoles que casualmente siempre volteaban a mirarte, que todo esto siempre fue, sería y será eterno; por más que a cada vez que vaya a leerte el siguiente párrafo no sepa en verdad, si es que certeramente me estás escuchando.

Parágrafo sobre un recuerdo, Sofía.

Sofía le habló siempre a las flores;

Jamás la vi dudar si éstas la estarían o no escuchando.

1947, para Sofía.

No evadas, necesito que perduren tus pasos, que deambules cerca. Hace mucho no te pienso, no te pensaba, se me están dando mal las palabras.

Sofía siempre me dijo que lo único que me unía a la gente, a la vida, pasó enteramente a través de la palabra, de los papeles que me cansé de tirar a cualquier tacho.

Parágrafo de algún color que no me acuerdo, para Sofía, 1947 días después de que te fuiste:

Me dijo Sofía en la barra, sos muy simple, y a la vez muy complejo. Bajás casi sin esfuerzo cualquier cosa a tus notas, yo las leo, me fascinan y te encanta. Parece que necesitás ese proceso, y ni siquiera es conmigo. Después vas a terminar tirándolas en cualquier tacho acusándolas de palabreríos. Tus palabreríos siempre conmueven, y de nuevo, no es conmigo. El tema es que te ves vulnerable y planeás simplemente la mejor forma de atacarte.

Me acuerdo cuando me decías que querías entrar a un concurso, no tenés miedo ni a ganar, ni a perder, tenés miedo a pasar desapercibido y de verdad dudo enormemente de eso. De la misma forma que con el deporte, estás condenado a ambas cosas, siempre prestado a sus usos, a desarmarte, desvivirte, desintegrarte y recomponerte para la próxima vez, que obviamente siempre llega. No importa el fin, importa todo lo que sucede en el medio hasta que alguien expresa alguna mísera evaluación, ahí te esfumás, te escondés.

me das algo de pena, pero te quiero.

1947 días. No los cuento, hoy fue casualidad. Necesito que deambules, o por los pisos de madera o por mis pensamientos, lo importante es sentirte ahí. Sé que es casi imposible el reencuentro, tampoco lo busco, mucho menos sabría qué decirte. Pero te pienso, que es incluso más importante que todo lo que pude haberte querido.

Parágrafo Negro, Sobre Sofía y la barra de aquel bar.

Me creo cualquier cosa que me digas, es cierto. Me contento con cada detalle de tu opinión y el real problema es cuando termina. Me expongo por completo, pero confío enormemente en tus brazos. Me molesta un poco cuando me testeás con alguna vieja, no me enternece para nada su comentario, me ruboriza un poco cuando me señalás y quedo en medio de la sala apuntado por tus uñas. Las viejas me clavan los ojos y yo quiero salir corriendo.

Siempre quise salir corriendo de todos lados, curiosamente a todos los que ibas vos. Ahora corro cada vez más lejos, curiosamente no voy a terminar esta frase.

Parágrafo negro de Marzo.

Fue un monólogo, So. Iba caminando hacia la cursada, y empecé a relatar(me) bajito.

No podes, So. No podes comenzar un texto motivacional con una negativa; vos tenés un talento curioso para la vida. Volví a encontrarnos en una hoja vacía (me dio un poco de miedo no te miento), y a la vez, hoy ya no estabas.

Trato a la muerte en vida también de manera curiosa, mientras no vuelva a chocar tus ojos de frente creo poder con esta mentira.

Tengo la mirada caída; a veces creo buscarme en el acomodar del pelo de alguna mujer que no conozco, pero incluso sin conocerla sé que no sos vos. Cuando decido comprar boletos para reencontrarnos, sé que nuevamente estaré solo en los vagones, en las terminales, en los caminos y en las metas.

Curiosa danza Sofía, la llamo de esta forma ya que sólo la entiendo con vos. La primera vez me fulminó perderte, pensé, en verdad, que jamás regresarías – no se trata de regresos -, que jamás volverías a buscarme. La melancolía nos embriaga, damos pasos sinuosos, imprecisos.

Hoy sé, So, que nos reencontraremos toda la vida. No en las mismas casas, ni bares, ni formas. Pero jamás dejaremos de reconocernos. Hay algo de mí, que solo aparece por vos, y viceversa, me duele perder tus versiones, me duele también creer olvidar las mías; aunque ya no las lloro tanto.

Cada pedazo, que alguna vez Sofía retira y se lleva de mí, abre, también curiosamente, un espacio calculado al milímetro, en donde siempre cabe justamente lo que traiga en sus manos Sofía la próxima vez que pase.

Sobre el cuadrante Sofía.

Mi perro tiene sus miedos, me apropio de su ser para hablar de estas cosas, ya lo sé, So. Es que a veces siento que nos conectamos más allá de lo cotidiano. Yo sé cuando tiene hambre, cuando tiene sueño, cuando está aburrido, esto es distinto, tiene miedo. Se queda paralizado sin motivo, de pronto se para y empieza a recorrer de punta a punta la habitación, siempre me dijeron que estas razas son cazadoras, evolucionaron para buscar, para encontrar; y precisamente está buscando algo por toda la casa. A veces creo que lo encuentra, o se confunde, por ejemplo cuando me baño y dejo la puerta abierta para que no se acumule tanto el vapor, se para bajo el marco y fija su vista que sueña penetrar el vidrio esmerilado, la siento tan penetrante, no me hace falta mirarlo para entender que está conmovido moviendo la cola. Hasta que termino el ritual, apago el agua y vuelvo a enfocarme apareciendo a un costado de aquel difuso pedazo de vidrio y noto la sorpresa, y probablemente desilusión. Al principio pensé que solo buscaba por el hecho de buscar, naturalmente tenemos unas ganas latentes de andar buscando y mientras nos miramos desayunando en la mesa entiendo que esa naturaleza no entiende de razas. Él está buscando, lo confirmo. El otro día en la madrugada me levanté sediento, abrí con cuidado la puerta ya que no había electricidad, completamente a oscuras empecé a caminar en puntas de pie, más allá de que es un perro muy grande podría estar durmiendo por cualquier parte. Caminé el pasillo, pasé por el baño, entré al living, a la cocina, al jardín de invierno, parecía no estar por ninguna parte. De pronto un escalofrío me hizo violentar, no quería ni siquiera imaginar una vida sin él, entre la desesperación y la penumbra empecé a gritar su nombre y si se enojase algún vecino pediría disculpas luego. Una pequeña abertura en la ventana del living que daba a la calle, ladera de la puerta principal, un fino hilo de luz que trazó su silueta volteando hasta mí. Siempre me estuvo observando, siempre supo que lo buscaba y mucho no le importó, volvió a reposar su vista en la calle, volvió a ignorarme, volví lentamente a mi cama y dormí.

Los meses siguientes repitió estas conductas, cada vez se fue alejando, apagando, durmiendo más profundo, y callando por las noches. Los comportamientos de los perros en los hogares a veces no distan demasiado de este, pero no era el comportamiento del mío, no era él. Es como si un niño pequeño de pronto deja de correr y gritar por toda la casa, y comienza a leer libros de Cortázar sentado en un sillón. Siento que esta agotando su energía en otra cosa, en otro plano, en otra calle desde otra ventana que yo no puedo comprender.

Efectivamente estaba muy bien de salud, lo llevé varias semanas seguidas desde que comenzó con este comportamiento raro, lo midieron, lo pesaron, lo bañaron, lo peinaron. Con medidas más precisas, con peso más exacto, estando más prolijo y presentable siguió pendiente de su ventana. Un día se me ocurrió filmarlo, empecé a creer que quizás toda esta historia recaía en lo paranormal. Coloqué entonces por la tarde una pequeña cámara reposando en la ventana, un poco más alto de donde estaría el. Me fui a mi cama, supuse que revelaría el misterio.

Toda una semana de miradas penetrantes a un cuadrante preciso, nunca un grado difería de su postura, siempre exhalaba en los mismos momentos, a veces caían flores del árbol que teníamos en la puerta, a veces pasaban autos o personas, siempre inmutable, siempre fijo trazando una línea que apuntaba a un auto abandonado, una calle cualquiera, unas rejas algo oxidadas. En la madrugada del viernes un gato saltó del techo, tampoco hubo respuesta. Si un gato no perturba a un perro algo muy grave está pasando.

Volvimos a ir al veterinario, volvimos a buscar la causa, volví a desesperarme, volví a pasar más tiempo. Decreté que de alguna manera te estabas despidiendo de mí, entendí que quizás tu corto tiempo se volvería más corto al fin, supuse que debía prepararme para lo venidero, para las mañanas tranquilas, para las comidas completamente solitarias y los gatos inundando mis patios, de pronto me ubiqué en medio de este pasar, si no estabas viniendo ya a mi mesa, no estabas ya gritando a los gatos del vecino ni estabas saludándome por las mañanas. Yo me abrumaba en el futuro, cuando debería asumir el presente.

Cuando uno asume una despedida, por lo menos como las trato yo, intenta evocar los encuentros precisos, los desea menos dolorosos, los imagina sutiles y no punzantes, no quiero evitar lo inevitable pero tampoco quiero salar más la herida, fui cediendo mis espacios a tu ventana, fui acariciándote menos y menos, paseándote más, suponiendo que aquello que buscases quizás estuviese algo más lejos y podría desdoblarte un poco las calles y veredas. Te amo con locura, te llevo y te miro contemplando a la vida dentro de la vida en sí, paseo a lo que trasciende el amor y pureza, entiendo si no estás en condiciones para demostrarlo, pero no lo dudo, cedo mi espacio y mi tiempo decididamente como siempre hubiese dado todo por vos. Quiero que tus últimas huellas siempre me tengan cerca, quiero que tu pelaje siga inundando mis ropas, mis muebles, mis pisos, leí hace poco un poema maravilloso, decía algo que cuando se fueron estos seres maravillosos de la vida de aquel poeta, empezó a juntar todo el pelaje que habían desperdigado por la casa, por el auto, por el trabajo, por las ropas, los empezó a juntar a todos y cada uno de ellos soñando encontrar las piezas de un rompe cabezas que tuviese la chance de armarse. Te miro y se me parte el alma, vos seguís caminando, me inunda la nostalgia y melancolía de cosas que aun no pasaron.

Fueron meses muy duros, entre mis fantasías y dolores seguí cuidando y cuidando de vos, de tu ventana de tu espacio.

Llegaba temprano del trabajo, bajé una parada antes de casa, doble por la esquina primera que da a la panadería, ya no bajo en la que era nuestra parada, hay dolores que no me sanan y busco nuevas metodologías, camino calles que nunca había caminado, ahora solo, ya no tengo tu mano que me agarra y me lleva procurando no desviarme, doblo en esquinas que probablemente crucé mil veces en mi auto, que me habrás marcado el color de alguna casa, alguna flor, algún detalle imperceptible de esos que te encantaba percibir, con tus sentidos absurdamente más desarrollados que el mío, que los del promedio. El cielo estaba despejado, las calles estaban mudas, no corría ni una brisa, ni un susurro. Doble por la última calle que me separaba de mi casa mirando mi teléfono, sé que ya no sonaba, sé que nadie quería hablarme, sé que no llegarían tus mensajes ni tampoco tenían que hacerlo. Me inundó el dolor profundo de la falta, de la incertidumbre de una vida que había doblado imprevistamente, que había evitado una parada en la que siempre te hubiese recogido. Mi psicóloga me dijo que cuando me inundase esta angustia, cierre un poco los ojos, mire un poco al cielo, intente percibir las brisas que hoy faltaban y suavice un poco el presente. Calmé un poco mi pulso, bajé la mirada a la vereda, abrí mis ojos de pronto.

Desde el cuadrante de la calle al que siempre miraba mi perro, desde el ángulo correcto, en un horario que yo nunca hubiese llegado, entraba tu mano tras las rejas a acariciarlo, imaginaba tu habla burlona, tus preguntas que no tendrían mucho tiempo para respuestas, tus promesas constantes de reencuentro, de no abandono.

Si yo fuese mi perro estaría pendiente siempre de la misma forma, en el mismo cuadrante, sin importarme ni en clima, ni el día, ni la hora. Sin importarme cuánto tiempo me quede, a veces el que nos quede, seguiría mirando hacia aquel indescifrable infinito que no se cansaría de amagarme con tu presencia, con tus caricias, con tu inevitable pero incierto regreso.