Sobre viajar con vos.

Dejé de rezar cuando estabamos cerca, perdí algo de miedo, quizás. Y empecé a notar que tu dedicación para ciertas cosas (que no eran yo) era la correcta, o por lo menos, algo más correcta que la mía. Y que detenerse a contemplar la misma página de una enciclopedia una y mil veces, adornarla con garabatos, con palabras técnicas y extrañas, no era una esencial perdida de tiempo, nunca es una perdida de tiempo el gastar tiempo cuando se tiene un objetivo claro y yo no sabía de esas cosas. Entonces, primero me estresaba, después te miraba y te descomprendía, te atacaba por dentro, enmudecía y me iba incinerando al ver, que elegís y elegirías una y mil veces aquellas páginas rayadas, decoloridas, sucias, que las elegirías una y mil veces por sobre mí que viajaba con vos y entendía, mientras vos, viajabas con ellas y cada tanto te reposabas en mí que me encontraba perdido en alguna ventana, en algunos ojos, en alguna campera o estación. Y si decidiese bajarme en una estación cualquiera, algo pérdida en un suburbio de Buenos Aires, vos bajarías en un instante sin siquiera notarlo hasta que la suficiente extrañeza inundase tus ojos. Podría llevarte al confín del arrabal, a la cuadra más turbia y putrefacta, podría perderte ahí donde jamás nadie volvería a encontrarte, ahí, en el confín (cuando ya te notases perdida) quizás tirarías las hojas; pero no andábamos viviendo en delimitaciones, y los muros, y las vayas, y las calles oscuras y las cajas cerradas nos darían nauseas siempre. Mirando desde afuera a los encerrados de siempre que le inventan nuevos términos a un sinfín inexplicable, en donde a veces, cruzamos eternidades para tomarnos un café juntos; y tus garabatos, en la infinidad, me resultan extremadamente maravillosos.

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