Pasaje cuarentena en la noche que te extraño.

Me incomoda todo lo que no sos vos,
todo fluido me es asqueroso,
todo tacto me es ajeno,
todo beso me resbala.
Me incomoda,
me pierde,
todo esto me da asco.
Y sigo buscando entre la mugre para ver si es que encuentro,
debe ser por el deber, ¿Quizá?
o el autoconvencimiento de que en verdad hay algo.

Pero cómo me servirán los muelles,
cualquiera de ellos me será insípido en cualquier costa del mundo.

Pero cómo me bastará un muelle,
después de haberme sumergido tan profundamente en tu mar.

Pasaje primero de cuarentena

Creo que me acostumbré a que no vengan a casa. No, tampoco me perturba despertarme solo. Sé que estás cerca (siempreestásacá) y me recuerdo constantemente como una tortura, si estuve una vida entera esperando, por qué me cansaría ahora. No me desespera caminar sin encontrar a nadie, sí me mueve un poco el perro blanco y sucio que busca comida en la avenida, pero cada vez que le llevo algo desaparece. Pareciera que depende su existencia de si yo agarro o no comida; tampoco me preocupa. La calle está en silencio, está dormida. Somos un paciente algo anestesiado, en una cama, sedado, constantemente en delirio. ¿Alguien nos estará cuidando, o ya cerró el hospital? No me preocupan ni siquiera las cucarachas medio comidas en los pasillos, un gato juega con ellas, a veces las decapita.
No me importa ya nada de esto, de este sueño, de este confín de la vida. Porque cuando está todo muerto, todo dormido. Yo estoy más vivo que nunca.

Tercera amnesia de fin de año

Amanece y nos vemos pequeños, también distantes, flotamos en la angustia y no entendemos por qué. Tuve que soltar ciertas veces tu mano para ir a llorar al lado que siempre alberga la noche. Caminé leguas incansables de polvos desconocidos, tuve nuevas formas de tropezar mientras flotaba. Lo cierto, es que esta vez en un crater, todavía en la luna, se me olvidó el miedo.

Pude probar que hay agua, vi mi reflejo y me contenté tanto en el mismo que terminé mojado, sin siquiera pensar lo que podría llegar a albergar un agujerito con agua en un satélite perdido.

Estábamos en el río, no había barcazas, zumbaba el agua y el viento a coro, un pato se sumergía y salía cansado, nuevamente había errado el picotazo y se quedaba sin cena. Y lloraste, lloraste muda envuelta en mis brazos, entendí por primera vez, que vos te sentías sola, y me acordé un poquito también de aquel viaje a la luna.

Teletransportanos lejos de tus miedos, derrapemos entre polvos que flotan y quedan perplejos en el aire formando nubes estancas mientras rodamos colina abajo, si te acostás en la tierra podés escuchar a la luna dije, te pido complicidad, porque si fuese una mentira y la luna en verdad no llegase a decirnos nada ver tu risa cómplice me calmaría el proceso. En las nubes de polvo se puede dibujar, y me levanté de tu lado para dibujarte en el tiempo, si la nube estanca jamás se iría a modificar. Y alguien alguna vez mirará incierto desde aquel río al que todavía no visitamos por última vez, y en la luna verá tu retrato inmutable sin siquiera saberlo. Quise contarte esta historia, miré entre el polvo hacia el suelo y en verdad no estabas acá, escuché tu ronquido antes de asustarme, te habías dormido en mi regazo.

Habías eternizado tu figura en mis sueños, y comenzaste a infestar pasados que no tenían ni siquiera indicios de vos, y paradójicamente estabas por todas partes. El futuro tiene cientos de hogares, y todos te gustan, y el presente es el detenimiento de un semáforo donde por 40 segundos se estanca tu risa e ilumina más que un faro. Que privilegio el mío, escribo la tercera amnesia de un fin de año, y por primera vez, lo único que quiero perder es el miedo a perderte, que es en verdad tan niñezco y tenue como imaginar que alguien desdibuje las nubes y el polvo, que llegase algún astronauta y en vez de admirarte y volver a eternizarte, todoscaemosentujuego, comenzara a desdibujar el polvo flotante solo por maldad. No hay posibilidad alguna, la magia nos baña a todos.

Definime un calado, no teníamos ni idea porque era tan alocado como la parte baja de un barco y patrones en telas y papeles, quedaban 30 segundos de semáforo (treinta escrito quedaba mejor), probablemente veinte de tu risa, y seguramente los diez restantes para mirar al cielo que ahora comenzaba a mostar tu rostro por todo el hemisferio.

Brujo

Ay brujo qué es lo que pasó que te robabas miedos y ahora en la bolsa te llevaste una sonrisa; brujo te envidiaban, vos lo curabas todo, pero como contar que ahora sembrás miedo. ¿Será que te robaste esa sonrisa, para recordarte lo que era andar riendo?
Brujo ya no alcanza tu magia, porque después del robo ya no quieren encantarse y no paran de decirlo, brujo vos arrebatabas noches, ¿y ahora qué es esto de robarte el día?
¿Cómo vas a contar sin defraudarlos, que tu magia más grande va a ser el abandono y no alguna cura nueva? Si vos arrebatabas todo el mal de aquellos ojos, y ahora dejás llantos insostenibles, ¿cómo podremos creerte? Brujo, si robaste más de lo que debías, no sólo miedos, en esa bolsa también hay abrazos, no solo hay miedos, en esa bolsa también hay risas.

Brujo en esa bolsa hay mucho más de lo que cabía en espacio, y de eso no se trataba tu magia Pero serás, brujo, el mito más lindo que le contaré a un niño asustado, brujo no seré muy distinro a un religioso, a un creyente despiadado cuando afirme que alguna vez has existido, yo no podré probarlo. Y me tratarán de loco, me tratarán de desquiciado, y enloqueceré hasta escucharte, siempre en el fondo de esta historia estarás vos para contarla. Y las risas aue te has llevado, sin querer, las risas que te has robado cuando sólo te preocupaban los miedos, ésas que notaste porque pesaba más la bolsa, me las devolverás en un instante al evocarte, cuando piense en vos, cuando esté recitando en algún lugar perdido recordando todas las cosas que sin dudas me habrán llenado alguna vez. Y estarás para contarme, y yo me habre vuelto el niño, ya no tendré la bolsa y andaré un poco asustado, ya no tendré todas esas cosas que de algún lado habré robado.

Brujo, brujo querido en dónde te habrán matado. No te sientas mal, estarás en mis memorias, yo me habré vuelto el niño y aunque la sonrisa será ajena yo la querré igual, incluso más que si fuese mía, incluso más al saber de dónde la robamos, la querré como un recuerdo. Y te buscaré por todas partes porque sabré que en algún lugar del recuerdo todavía estarás vivo, esperando por robar mis miedos y quizás un poco más. Ya no habrá magias, es verdad que estaremos extintos, pero innegablemente nos evocarán en el tiempo y ahí entenderás (eremos) por qué las sobras, por qué te llevaste también las risas, los besos y los abrazos, cuando nos evoquen, en ese chasquido, en ese humo, en esa tu magia, lo único que devolveremos será esa risa que habremos cargado toda una vida creyendo que era un robo injusto. Y revisaremos la bolsa curiosamente, no encontraremos nada más.

Sofía emigrante.

– No es mi culpa, que ya no pueda creer en la familia, si me la arrebataron. Si en el camino se me fue olvidando, lo que era el amor, lo que era el amigo, lo que eran los padres o las casas, y no quiero recaer en rencores absurdos. Entendí, después de las angustias, que fui olvidando lo que era la casa, para jamás tener que, abandonarla de nuevo.

Cuando Sofía bajó en aquella estación, y empezó su viaje. No estaba emigrando mucho más allá de sí misma, el problema de la distancia incalculable radicó en convencerse de que ese alguien mismo, estaba en alguna parte. Sofía, sin reconciliarse, jamás dejara de ser visita, en todas y cada una de las casas, familias, amistades y amores. Principalmente, porque la idea que tiene Sofía de la reconciliación, no deja de ser un vil esfuerzo, de todo lo olvidado, por volver a convencerla cruelmente, de que sólo hay y habrá una casa, un amor, o un amigo.

Tocás el timbre, Sofía.

Tocás el timbre e imagino mi apuro insuficiente, ya estarás toda mojada, y no imagino en ninguno de los días en que desespero que es la calma quien llega para tocar timbre luego de todas estas tormentas que me inundan las calles, esas que nadie transita, que amanecen curiosamente secas y cansadas de vaticinar en vano, como mal meteorólogo, tempestades que volverán a ausentarse y a despertar sospechas y desesperanzas. Y un ciclo despiadado, en el cual llegás a las puertas sin pilotos, ni paraguas, ni humedades, para tocar un timbre, que vuelve a desesperarme, que vuelve a creerte mojada y que no deja de asombrarse en esa capacidad, que probablemente viva en tu boca, de desintoxicar los cielos en un instante mientras abro la puerta con una toalla en la mano, y se me cae, y nos reímos como dos descerebrados.

Un desvarío de libertades.

No es que desvaríe, ni que pierda mi cordura, Sofía. Cuando hablo y hablé de libertades, de espacios, y de tiempos, siempre fui consciente de lo que implicaría dejarte volar. Y digo dejarte… Yo. Y así firmo la primera prueba, tan sólo en esa palabra; soy parte íntegra del conflicto. Es una consciencia sumergida la mía, sumergida en su propia capacidad de comprender este encierro, resalto el sumergida, y a su vez tan sumergida que es incapaz de liberarse, y se ahoga, se abruma en esta cárcel, y yo, me hundo con ella. No sé si me explico, soy tan consciente en todo este atropello y a la vez tan inepto para el escape que termino encerrado. Y recaigo en contradicciones, y te prometo brazos que jamás irán a soltarte, y te exijo formas de amor, como si en verdad hubiese formas en las que creo. A veces me planteo, si es que no desearía, no firmaría un pacto, que me deje recaer en el armado sin contemplar al encierro, tan sólo, para acallar un poco el dolor de estar constantemente (todo el día) reconociendo mi ineptitud. Ya sin el reclamo, ya sin la exigencia, ya sin que la angustia me vaya carcomiendo mientras me acaricia una nueva especie, descomunalmente preciosa, de ignorancia.

Empecé a narrar mis actos, Sofía.

Empecé a narrar mis actos, a anotarlos, a resaltarlos violentamente entre papeles llenos de historias, de cuentos, empecé a beber esta soberbia que recalca lo innecesario, porque el acto brota, resquebraja, se mete entre las grietas desgarrando todo aquello que reacciona, y suturando, con caricias cálidas, todo aquello que precisaba una curita.
Empecé a resaltar mis actos, porque ante tanta falta de respuesta, tuve que recurrir a mi soberbia, a mi autorecuerdo de haberlos realizado, para no destrozarme en la idea, infundada cuando pienso, inútil, desgarradora, de que en verdad jamás hice nada, y que preciso, seguir haciendo constantemente donde ya no entran haceres. Porque todo lo que podía, porque todo lo que precisaba, porque todo lo que quería, querías, queríamos, se ha sobreescrito un centenar de veces.
Y la amnesia, es mi miedo, y la amnesia es mi quererte, incluso, por encima de lo que siempre supe querer.

Al Jueves 27 de Mayo.

Soy una zapatilla manchada, de tierra, de una historia. Un cabello impresentable, después de un sombrero o una gorra que estuvieron no menos de cinco horas, una mochila rota, un bolsillo abierto, una campera que no cierra del todo, que precisa algo de dedicación, que cubre el frío apenas lo suficiente. Una remera manchada, que quizás tiene algún uso, un pantalón desteñido con marcas de lavandina, un buzo, con un piolín más largo que el otro.

Soy el desaliño incómodo, a tus estanterías de órdenes alfabéticos, a tus hojas de estudios sin faltas, a tus pisos brillantes. A tu falta, del más puro desorden que a mí me sobra por todas partes.

Cuando no estés esta tarde.

No estás, y te busco por todas partes, me fijo bajo camas, en altillos, en recónditos lugares de las casas y escondites en donde supimos refugiarnos de tantas cosas, no estás e implosiono, y se me van nublando progresivamente las tardes;

Pero no te preocupes,
si no estás y desespero,
yo me convenzo que estoy bien.

Ayer no estuviste, por eso escribo estas cosas, y por primera vez sólo dejé abiertas las puertas de los escondites, a ver si de casualidad, tenías ganas de salir mientras yo iba a prepararme los cafés.
Y cuando los terminé, una mitad se fue enfriando, mientras la otra se vaciaba, en calma, congelándose la bebida al ritmo de la paz.