Un tatuaje me habla de vos.

Tengo un tatuaje que habla de vos,
que me hace llevarte en la piel,
y a veces por la madrugada le hablo,
creo confesarme,
creo,
no sé muy bien,
que me lo hice para desviar las miradas,
para volverme ingenuo,
para querer convencer (también a los otros, como si existieran)
que de alguna forma podría taparlo,
y que lo único que me hace pensarte a diario, es esa mancha en mi brazo,
y no cualquier otra de esas cosas que me traen tus sombras,
tus olores,
tus gustos y tus quejas.
Creo que la tinta,
en verdad es un grito de ahogo desesperado,
una curita sobre una herida bestial,
que aceptaré llevar hasta el fin de mi tiempo,
camuflándola de elección,
sin asumir tu bestial e inolvidable paso.

Un aguila que duerme.

Vuelo bajo,
toco las espumas de los mares en un vuelo,
las gotas en la cara,
en los ojos ardidos por las sales,
en mis húmedas y pesadas plumas.
Cuando hace calor vuelo;
Subo,
trepo incansablemente en contra de todo peso,
de toda atadura,
y en el atardecer,
me refresco en la montaña,
en la cima,
donde nada se puede ocultar de estos ojos
Cuando hace frío vuelo.
Siento la madera, a veces cruje, jamás cede. Siento las hojas, a veces me acarician, a veces las toco y se caen, siento que algo fluye por dentro, cuando me corto con alguna espina, cuando te rompe alguien del bosque. Cierro los ojos, me vuelvo algo más de vos, acá no hay mucho viento y se entrecruzan los rayos del sol, acá me siento seguro.
Cuando tengo que descansar, siempre me reposo en el mismo árbol.

Una noche pesada.

Y cuando cae la noche, cuando no queda prendida ninguna lámpara los ojos se acostumbran, comienzan a comprender a la oscuridad, se sienten a gusto con ella, danzan en la desesperanza y ni nos damos cuenta. Apoyé la taza de cerámica, resonó sobre el vidrio, humeó un poco el dejo de café y nos tomamos un respiro. Nos acomodamos, continué, nos acomodamos y ése es el problema. Aquella forma de no notar que nos inundamos, que nos falta el aire, porque en algún punto estamos cómodos ahí, respirando el agua sin tener branquias, soñando ser peces, ¿y yo me pregunto para qué? No puedo explicarte las cosas tan simplemente, prefiero mostrarte, las palabras jamás me son suficientes cuando intento explicarme, pero si pudieras entrar a este caos, ver como estos ojos bajo el tormento de mil palabras, de mil frases, de mí mismo.
– ¿Y nunca estás bien? No, no es una pregunta, nunca estás bien. – interrumpió.
– Es la costumbre.
– Yo tampoco estoy bien, qué sé yo, estoy como puedo. Y seguro que existen días en los que no quiero despertarme, pero muchos otros entiendo por qué estamos acá; el mundo, nosotros, los demás, es increíble.
– No estamos bien.
– Ahora, ahora, pero lo estuvimos, y lo vamos a estar.
– ¿Qué te pasa?
…I don’t like walking around this old and empty house…
– Yo también tengo mis cosas, tengo mis miedos, no quiero quedarme sola ni tampoco fracasar, perdí algunas cosas y te juro que no me quejo. Pero vos, vos te abrazás a la melancolía para contarle a todos que es lo común, que es de ésta y ninguna otra forma. Si conocés, conocés todo lo que quise y pude mostrarte, pero te encerrás, te encerrás en creer que es el único camino que quedó. Embarraste todos los posibles desvíos y te excusás en no querer ensuciarte, y no te entiendo; los ojos no se acostumbran porque no quieran volver a ver, se acostumbran para que cuando no haya colores puedas seguir creyendo, ¿qué otro mensaje necesitás para avanzar? En cada uno de tus ataques, y no te juzgo, pero en cada una de tus locuras te estoy escuchando, aconsejando, gritando e insistiendo. Y cuando yo estoy mal, no sé si puedo o no buscarte, no quiero contagiarme o terminar peor. Estar con vos es lo más cerca que tuve a la soledad, y te entiendo lo de cautivadora, porque no quise ni quiero dejarte;
Se quebró, se desalmó y comenzó a mostrarse deshecha, su alma, aquella tan pura se le escapaba a través de aquellos ojos cansados, un poco del mundo, bastante de mí. Tenía miedo, ella también lo tenía y yo seguía con mi puta manía de no ver más allá de mi existencia.
La vida de frente, un portazo en la cara, aquel golpe que nos tiró al suelo y nos mostró todo lo que teníamos que ver al caer.
…So hold my hand, I’ll walk with you, my dear…
– Tenés razón.
– Ya sé que tengo razón, pelotudo.
Me acerqué, la envolví entre mis brazos, levanté aquella cabeza caída mientras secaba sus pómulos, y aquel puente que precisó ser construido, y aquel peldaño que levanté.
– No te imaginás lo que te necesito, lo que me ayuda que estés del otro lado. Y en serio, tenés razón, es ignorancia y no mala intención. Pero te necesito, no quiero ser tu soledad, no quiero que me quieras porque tengas que quererme, no quiero que te vuelvas adicta a esto, a no esperar nada. Te dije mil veces cuán necesarias son las esperas para una vida; y quiero que esperes de mí, y quiero darte.
Se cruzaron los barrales, se hilaban los filamentos, se tendía la estructura a pedazos; pero del otro lado nada se movía, era aquella mitad que siempre estuvo esperando. Ahora entendí por qué jamás la comprendía, por qué si me sacaban de su lado no tenía argumentos. Supe mirar, desde la otra orilla del acantilado y en aquello me basaba, pero si escarbaban, si querían algo real, algo verdadero, no tendría demasiado para mostrarles. Y no es que no haya podido, ni si quiera había querido cruzar al otro lado, habitar sus tierras, hurgar su corazón, para ver qué escondía, a qué le temía, qué lo aceleraba.
– Quizás me sirva. – dijo – Quizás verte así mueva cosas que tenía que mover, quizás me ayudás a verme mejor y por eso no me fui. Pero por favor, si tanto me querés, no lo hagas todo el tiempo.
Le Chatelier, aquel principio que nos vivía, y si nos íbamos del equilibrio podíamos acomodarnos, compensando, aquella variante del otro. Pero cuánto habría balanceado nuestro pasar sin haberse quejado, cuánta deuda, cuánto dolor…
…The stairs creak as you sleep, it’s keeping me awake…
¿Será que cuando yo gritaba ella no podía escucharse? Habrá encontrado en mí aquella distracción para olvidarse un poco de ella misma, y tantas veces me lo había dicho, no hacía falta consultarlo, aquella ignorancia, aquella soberbia, y es que cuánto se oculta uno a sí mismo, precisé, de su explosión para verme, que ella grite más fuerte para notar que siempre estuve gritando.
…It’s the house telling you to close your eyes…
Su sonrisa pintada, perdíamos el sol, corrí más de prisa y pisé más fuerte. Pero cuando caí, cuando caía sus pequeñas manos acomodaban mis sueños. Soñemos, somos parte de lo mismo, y le di la calma que precisó en ese instante, me fui de mí, me fui, me dejé de lado sabiendo que si hoy moría, moría en lo correcto. Y me la llevé, a la rivera en la que las luces nos marcaban los pasos, aquel bordeado serpenteante de cemento con algunos banquitos de madera, que un mojito, y le encantaba tomarlo, fumar aquella hierba que se la llevó del mundo, que absorbí por descarte, y nos deshicimos. Regresión en aquel progreso. Cerramos los ojos tomados de la mano, nos volvimos aquel sueño.
…And some days I can’t even dress myself, It’s killing me to see you this way…
Mis manos encontrando sus desgarros, su vergüenza; que las pieles desgarradas eran reales, que no te comas los cuentos, y me encantaban, me encantaban aquellos miedos sólo por entender que en su existir ella también los sufría, no era el único. Que mirarse en el espejo le distorcionaba la realidad, y me había pasado, me había pasado y no pude imaginármela temiéndole a todo esto. Que su cuerpo tallado, que su belleza, que su inocencia y seguridad; aquellos telones. Y haberle quitado el maquillaje bajo la lluvia explicaba demasiado. Se atornillaron y aseguraron aquellos tornillos, se acomodaron las tuercas, se pintaron y emprolijaron los colgantes, los barrales, y todo aquello que brindó seguridad. Y extendí, de a poco, aquel camino de madera sobre la estructura, aquella mitad de puente que pude estrenar. Y el extremo, luego de la mitad del pasaje, algo oxidado y descolorido, tanto tiempo de aguas y mareas, de discursos sin sentido. Y lo pinté, comencé por un pedazo que podría tomarnos una vida, pero, aquella primera pincelada no partió de mis manos, fue un conjunto, fue nuestro.
…Cause though the truth may vary this, ship will carry our bodies safe to shore…

Y quizás toda la fe la deposité por detrás de lo que siempre nos dije, en alguna instancia muy íntima nos mentí todo el tiempo.

Es verdad, dije no ser creyente unas cuantas veces, no creía en algo ajeno, tampoco en vos, menos en mí; y los engaños se me fueron de las manos, sino fijate en todo esto – mirá, che -, toda la fe que nunca tuve se manejo por la espalda, vil traición, una pesada ingenuidad que en realidad denotaba lo infiel, lo desgraciado, lo cínico y mentiroso. Yo estaba acá, viviéndote, posado en tus muros, en tus estructuras, sembrando entre las fallas tan torpemente que dejaba caer semillas desde mis bolsillos al espacio entre tus muros, y jamás, pensé por dentro, jamás intenté pasar.

Vi a mi fe por primera vez a la cara, recibiéndome (a mí mismo) en la partida, y una cachetada casi religiosa me volteó de frente hasta tu recuerdo, una estructura endeble, golpeada, agrietada y florecida por toda falla, por todo quiebre, por todo muro.

Deposité, mi fe, en algo más que jamás iría a ver, como si encontrase la cura a una enfermedad, que ya me habría condenado a esta altura, pero que no condenaría, ni fulminaría, a nadie más. Y sólo te pido entonces, querida fe, que después de esto, y a su vez antes de mi muerte, me saques las lapiceras, los lápices y anotadores, porque muy probablemente, cometa un asesinato.

Un espacio entre tu cuello.

De pronto, mi nariz se entrometió en tu cuello, en esa pequeña cueva obscura que formaba tu pelo con el confín de tu suéter. Respiré hondamente, entrecerré los ojos, dejé escurrir por mi nariz el olor inconfundible de tu persona, la mezcla perfecta entre una crema poco importante, algo de tu perfume, y el desgaste de una vida que pasa y había pasado desde que te habías levantado aquella mañana, hasta la tarde en la que te habías recostado, ahí, en la incomoda posición de un sillón algo acortado, desdoblando tu cuello hacia un costado en donde yo podría encajar con suma facilidad.

Nunca le había prestado tanta atención a los detalles, a los tejidos de la lana amarillenta con su decorado de metales, a aquel entrecruce de hilados que era no muy distinto al de tu remera y a su vez enormemente diferente a aquellas tiras elastizadas que corrían por tus hombros. Inhalar involuntariamente un aire que habías respirado, un punto, una pausa. Reacomodarme más cerca de tu pelo oscuro que me tapaba la luz de la ventana, y tu pierna cruzándome por la espalda, cediéndome algo de tu peso, narrándome entre líneas que habría algo de vos mezclado en algo de mí en aquel instante, a la vez, que éramos completamente heterogéneos y que necesariamente terminaríamos por separarnos algunas horas más tarde.

Pero quién podría robar de mis pulmones todo aquello que te había recorrido, y levantaba la yema, y algo temblando te acariciaba en una inocencia de no desperarte mezclada con la inexperiencia de un niño qué todavía no sabe la forma correcta en la que te debe amar. Y cómo podías soñar con tanta vida encima, yo comencé a asimilar que no sólo me hundía en el recobeco de tu pelo y de tu cuello para taparme de los días nublados y grisáceos que me dolían en los ojos, sino, que también lo hacía para acalmarme la densidad de la vida en una de sus mayores congregaciones que sólo podría resolver de una forma; respirando– inhaló con locura y se durmió en el recobeco -.

Qué voy a ser,
después de mis nuevas lecturas,
de mis nuevos textos,
y pensares.
Si llegaste, y te posaste en el medio,
te estiraste por todas partes,
arrasando todo tejido.

Y después de vos me miré con asco,
con rabia,
con pena;
si reformulé cada cimiento,
que comprendía a esta vida,
para vernos totalmente perdidos,
en medio de una miseria.

De pronto saber una verdad,
entre tanta mentira,
me volvió una molestia,
una especie de enfermedad,
entre todo lo que siempre estuvo sano.

Y ahora que no encajo,

y ahora que me aburro,

y ahora que sufro de soledades por no encontrar ningún bar abierto,

ningún café servido,

ninguna noche dispuesta,

termino embriagado de mis pensares y me confundo.
A veces, algo terrible me susurra en el oído, que todo esto no vale nada, no tiene ningún sentido.

Sólo entiendo bien de aquel susurro,

después de la noche en pena;

y todavía sigo creyendo, que es toda la enfermedad de afuera,
volviendo a contagiar un poco.

El pasillo del museo, Sofía.

Su fidelidad es también egoísmo,

es andar diciéndole al mundo,

que no sólo han encontrado,

sino que han dado con lo mejor,

y que no querrán,

ni tampoco irán,

a buscar algo más allá,

de todo aquello.

Entonces la fidelidad es una mentira,

es un cuadro en un museo,

protegido por vidrios densos,

por los más elegantes y paradójicos guardias,

que te partirían los brazos de sólo irrumpir en la distancia mínima desde la cual se aprecia al arte.

Entonces,

también ponen un límite,

tampoco van a dejar tocarse,

y son fieles más que nada,

porque se saben cerca,

comparten un mismo museo,

y se ven en los pasillos,

y ven que se saludan sus guardias,

y ven que se limpian sus vidrios mientras juegan a mirarse.

Las calles que a nadie pertenecen.

 Hago un parate y pienso: que cuando camino por cualquier calle, sea ésta, calle mía, o sea aquella, calle tuya, o sean aquellas calles que a nadie pertenecen porque no tuvimos la chance de conocer a sus dueños, o a sus inocentes adjudicadores (si se me permite decir), y aunque divague un poco quiero aclarar que esta calle no es mía porque me la haya apropiado, ni que aquella calle sea tuya por tu soberbia; y por dentro, jamás confundiría yo tus calles, y por dentro, jamás vos confundirás las mías. Hago otro parate y pienso: que aclarar sobre las calles fue una pérdida de algún tiempo, y no del mío, mientras yo caminaba pensaba cada tanto que nadie me estaba reclamando, que nadie me estaba pidiendo, que no debería llegar a ningún lado a ninguna hora, entonces fue la pérdida de algún tiempo, pero no del mío, y me ponía a pensar que mis mejores monólogos surgían en medio de esta improductividad, que cuando nadie me esperaba, ni tampoco me andaba buscando, solía ser el único e irrepetible instante de los días en el cual yo me invitaba, de a ratos, un café.

 La señora que vendía flores en la esquina estaba esperando a alguien, la vi peinarse, mirarse al espejo y acomodar instantaneamente aquella orquidea que posaba en el mostrador, dos veces, tres, no se cansaba de acomodarla. Era un regalo, pensé, era un regalo de alguien que le importaba, y no fue sino el indicador de un tiempo que debía desparramar para resolver mis dudas; treinta y tres minutos, llegó un hombre pintorezco, unos cuarenta y tantos, entendí entonces, que debía retirarme.

Cuando caminaba las calles destramado iba comprendiendo que la gente vivía en sus tramas, se precisaban las tramas. Estos condecorados maravillosos que a consciente no me eran más que un telón por sobre la monotonía, pero lo cierto, era que cuando no estaban las extrañaba como loco. Y me pasaba las calles caminando sabiendo que las caminaba, y frenaba en las esquinas no por un acto automático, sino por estar lo suficientemente perdido en la realidad como para haber evaluado que corría peligro de que alguien me atropelle, y en esos pequeños instantes de lucidez evaluaba estupideces en un acto algo paradójico, porque si me atropellaran, si me golpease un auto no lo suficientemente fuerte como para matarme, ingresaría abruptamente en un nuevo telón, en un nuevo apartado, en un nuevo acto inesperado que me uniría en aquel instante a capacidades desconocidas, como la de saber, cuál sería la calle del conductor, si la usaría en mi translado al hospital, si en vez de eso me recostaría y llamaría a una ambulancia mientras yo no me consideraría acostado en la calle, tampoco sabría de gentes que me rodearan, y estaría entonces evaluando incluso sub tramas de algún paraíso y cómo éste sería una vez que yo esté en sus puertas.

Sobre viajar con vos.

Dejé de rezar cuando estabamos cerca, perdí algo de miedo, quizás. Y empecé a notar que tu dedicación para ciertas cosas (que no eran yo) era la correcta, o por lo menos, algo más correcta que la mía. Y que detenerse a contemplar la misma página de una enciclopedia una y mil veces, adornarla con garabatos, con palabras técnicas y extrañas, no era una esencial perdida de tiempo, nunca es una perdida de tiempo el gastar tiempo cuando se tiene un objetivo claro y yo no sabía de esas cosas. Entonces, primero me estresaba, después te miraba y te descomprendía, te atacaba por dentro, enmudecía y me iba incinerando al ver, que elegís y elegirías una y mil veces aquellas páginas rayadas, decoloridas, sucias, que las elegirías una y mil veces por sobre mí que viajaba con vos y entendía, mientras vos, viajabas con ellas y cada tanto te reposabas en mí que me encontraba perdido en alguna ventana, en algunos ojos, en alguna campera o estación. Y si decidiese bajarme en una estación cualquiera, algo pérdida en un suburbio de Buenos Aires, vos bajarías en un instante sin siquiera notarlo hasta que la suficiente extrañeza inundase tus ojos. Podría llevarte al confín del arrabal, a la cuadra más turbia y putrefacta, podría perderte ahí donde jamás nadie volvería a encontrarte, ahí, en el confín (cuando ya te notases perdida) quizás tirarías las hojas; pero no andábamos viviendo en delimitaciones, y los muros, y las vayas, y las calles oscuras y las cajas cerradas nos darían nauseas siempre. Mirando desde afuera a los encerrados de siempre que le inventan nuevos términos a un sinfín inexplicable, en donde a veces, cruzamos eternidades para tomarnos un café juntos; y tus garabatos, en la infinidad, me resultan extremadamente maravillosos.

No le mientas al viento, para Sofía.

Hay aquitectos, So, pero son algo más sofisticados que los que estás acostumbrada a ver; – se movieron algunas rocas, tembló algo el piso, comenzaron a flotar y a formarse en vínculo, abrazadas una a las otras, y mientras Sofía lo observaba se terminó de construir el puente que ahora unía los extremos de ese algún lugar.

– Hay aquitectos, Sofi, y son algo más sofisticados que los tuyos (todo era de ella) porque tienen otras costumbres, por ejemplo, todos éstos están y viven acostumbrados a construir sobre lo endeble, lo inestable, lo inconstruible, ahí en donde cualquier persona decente jamás se atrevería a construir. Pero no solo eso, son incluso más sofisticados, cuando al ver desmoronarse lo obvio en sus construcciones, se sientan a tomar un té, un vaso con agua, o un vino, y mientras tanto, piensan en cómo volver a levantar esos cimientos;

– Siempre se terminan cayendo.

– Sí.

– ¿Entonces?

– Siempre los levantan, es una carrera contra la vida y a veces ésta se cansa. Construir sobre lo inestable genera un placer descomunal/desconocido, algo ajeno a todo lo que se puede imaginar, y es a su vez paradójico, porque raramente tiene algún resultado más allá de probar nuestra insistencia. Y cuando no haya caso, Sofía, habremos tentado a todo lo inestable con nuestras ganas.

– Pero se cae, todo, siempre.

– Es verdad.